Hace siete jornadas sólo sumaba un punto. Era uno de los peores equipos de Europa y el club más hundido de LaLiga. Ya se hablaba de él como gran candidato a descender, pero el 29 de octubre en La Rosaleda nació una revolución que todavía sigue. Una revolución que ha demostrado que sí se puede.
Desde aquella victoria al Celta, el Málaga se ha acostumbrado a sumar o, por su contrario, dejar buenas sensaciones. Lo hizo ante el Celta y el Dépor con sus dos primeras victorias en casa, frente al Levante con un punto que supo a poco y en el Bernabéu, en una derrota dulce por 3-2. Pero la revolución salió de casa y se presentó en Donostia con la primera victoria blanquiazul de la temporada a domicilio.
Cuando el Málaga eligió morir de pie en lugar de vivir de rodillas se empezó a ver lo que le mostró a la Real. Las carencias se pueden tapar con ganas, esfuerzo y orden. Delante tuvieron a todo un aspirante a puestos europeos y a una grada en contra, pero la revolución no entiende de obstáculos.
Míchel sufría desde el inicio las continuas acometidas locales. La puntería no acompañaba con las ganas de hacerlo bien, quizá por la presión que se había autoimpuesto a sí mismo el Málaga, y cada salida de balón era un suplicio. En el otro lado, la Real se veía cómoda y, aunque sin demasiada convicción, trataba de hacer peligro por las bandas.
Sin presión y con gusto
Cambió muchísimo el partido desde los 11 metros. El Málaga dio un paso adelante y tomó la iniciativa justo después de que Borja Bastón le diera significado a la pena máxima que él mismo provocó rondando el ecuador de la primera mitad. A partir de ahí, los de Míchel fueron otros. Consiguieron antes remar a contracorriente, pero ahora tenían al cauce del partido a su favor y llegar al buen puerto de los tres puntos, sin presión, resultaba mucho más asequible.
Las balanza se igualó e incluso se venció en buena parte del lado blanquiazul. Con la insistencia de Peñaranda, que acabó lesionado con dolor en la cadera, la actividad de Keko arriba y la intuición de Borja Bastón, Recio uno de los líderes de la revolución, comandó al Málaga al lugar al que, tarde o temprano tendría que llegar.
Llegó otra alegría en la segunda mitad y también desde los once metros. Aunque Borja Bastón no supo ejecutar el lanzamiento, ahí estuvo Chory para mandar el balón a las redes en el rechace. En ese momento, el Málaga supo que había encontrado el tesoro de Anoeta. Sólo tenían que apartarlo de la vista de sus inquilinos.
Y lo logró. Los de Míchel desaparecieron el ataque y se vaciaron al completo para evitar que la Real recortara distancias. Pudo cambiar la historia un balón de Willian José que se estrelló en la madera, pero esa suerte y una gran mano de Roberto al final lo evitaron. Uñas, dientes, y tres puntos que saben a gloria.