Enero de 2016: "Si puedo, intentaré llegar hasta el Mundial 2018, y después bajaré las persianas". Junio de 2017: "Me retiro al 99,9% al final de la próxima temporada, después de la Copa del Mundo. ¿Por qué no al 100%? Porque tengo un acuerdo con Agnelli, si ganamos la Champions podría continuar otro año". Octubre de 2017: "Es mi última temporada. Estoy tranquilo, no me da miedo el futuro". Febrero de 2018: "No puedo crear falsas expectativas o mentir. La verdad es que hice un pacto de caballeros y tengo que cumplir con él. Haremos balance y decidiremos: un jugador nunca dejaría de jugar...". Marzo de 2018: "La motivación lo es todo. Seguiré hacia delante hasta que tenga ganas de sufrir, de combatir". Tras asegurar que dejaría la 'Azzurra' después del Mundial, la catástrofe ante Suecia llevó a Buffon a recular y ofrecerse de nuevo. "Soy un soldado de Italia, no puedo desertar", sentenció.
Esta mutación en el pensamiento de Buffon lleva a reflexionar sobre el alma competitiva de un mito del fútbol. Su rendimiento ha sido elevadísimo en sus más de dos décadas como profesional, se ha ganado más que sobradamente el derecho de decir "hasta aquí", pero esta campaña ha tambaleado en momentos clave. Contra el Tottenham, en octavos de final de la Champions, no estuvo al nivel. En la ida, quedó señalado en los dos goles, en especial en la falta que Eriksen metió por su palo. No estuvo felino tampoco en el gol de Son en el choque que se jugó en Turín. Higuaín y Dybala le salvaron. Y ahora llega el Real Madrid en cuartos, adversario que le propinó hace pocos meses una de las derrotas más severas que ha sufrido.
'Gigi' ha jugado tres finales de Champions y las tres las ha perdido junto con la Juventus. Es la conquista que le falta para coronar una vitrina rebosando de copas y trofeos. Lo tiene todo. Buffon ha besado una Copa del Mundo, podría regalar 'Scudetti', le sobran medallas de 'Coppa'. Cabe pensar que quiere ganar la Champions League como sea y no se retirará hasta lograrlo. La obsesión de un animal competitivo cuyo rendimiento ha confirmado no obstante que sus mejores años ya son parte del pasado. En un negocio en el que la memoria es frágil y el elogio dura un instante, corre el riesgo de dejar caer una mancha en su inmaculado legado.
¿Por qué sigue Buffon? Elegancia personificada, capitán intachable, deportista ejemplar, padre modelo, emparejado con una popular periodista, millonario y portavoz de innumerables causas. Ha ganado más títulos que el 99% de los jugadores que hayan alcanzado la élite. Llora en la derrota y besa al rival en la victoria. Sus gritos enloquecidos son pura iconografía del fútbol. Hombre pasional, ha sabido reponerse a las dudas despertadas con la treintena. Buffon es tan grande que casi nadie recuerda sus tics filofascistas y su escándalo con las apuestas, pecados enterrados en el ayer. Pasaba el tiempo y rendía mejor... hasta ahora. ¿Por qué sigue Buffon si tiene la oportunidad de decir adiós estando todavía en la cima?
"Es imposible retirarse a tiempo", dispara un verso del poeta Luis García Montero. No hablaba de fútbol uno de los poemas más famosos del escritor granadino, sino de amor. Pero qué es la carrera de Buffon si no una declaración continua de amor al fútbol. En la obra de García Montero, referente de la llamada poesía de la experiencia, caben todas las vidas. Amor, paisajes, trabajo, pasiones, duelos, trenes, lluvias y despedidas. También el fútbol, indivisible de todo lo demás. Quizá ahí se encuentre explicación a la resistencia de Buffon por marcharse.
Buffon, quien le dijo 'no' al Barça para fichar por la Juventus en 2001 y no se arrepiente, quien permaneció en Turín tras el descenso administrativo por el 'Moggigate' para devolver al equipo a la élite, el que hace pocos días pagó un avión a la plantilla para poder despedir al fallecido Davide Astori, el mismo que le acarició la mejilla a Messi para comprobar "si es humano", el ídolo de todos los guardametas del mundo, el autor de las más sentidas cartas de despedida o agradecimiento para todo aquel que tiene la suerte de obtener su reconocimiento, quien corre a enviar una camiseta a Sergio Asenjo cuando se entera de su grave lesión, el portero de la inabarcable sonrisa y los guiños en zona mixta, capaz de jurar amor eterno a la portería que ha defendido en más 1.000 ocasiones, ama lo que hace. Por mucho que lo advierta el final del poema: "De nada nos sirven estas horas que no son de tu edad ni de la mía".