Si Zidane no fuese quien es, si el francés no fuera el futbolista icónico que regaló la novena Copa de Europa como jugador o si sus primeros pasos como entrenador no hubieran sido excepcionales, a buen seguro que llevaría alguna jornada en la calle. No se sostiene el Madrid, que vive de las rentas mientras el Barça hace tiempo que le adelantó por la derecha.
No se pide su cabeza, ni en la prensa ni casi en la afición. La nube de éxito reciente no se esfuma del Bernabéu, que parece no haber perdido la fe en el hombre que le ha traído las dos últimas Champions. Ese bagaje permite que Zidane, ojito derecho de Florentino desde que llegó al Madrid, mantenga su cargo.
A su predecesor, Rafa Benítez, le bajaron el pulgar en una situación mucho menos compleja. Es un ejemplo, pero hay más con los que argumentar una realidad que no debería ser esquiva. Benítez se fue a la calle marchando tercero en Liga, a cuatro puntos del líder. Mantenía la vida en la Champions y sólo el 'caso Cheryshev' le apartó de la Copa.
¿Por qué a Benítez sí y a Zidane no? Más allá de títulos, a Benítez no le valoraban en el vestuario. Los 'cracks' no compartían su forma de entender el fútbol, no estaban motivados. Sin química, imposible. Eso lo sabía Florentino, al que no le tembló el pulso para cambiar a Benítez por Zidane, uno más de la cuadrilla blanca.
Y claro, ni el más optimista de los madridistas esperaba que el ídolo 'Zizou' iba a ser capaz de lograr lo que ha logrado. Esa misma afición comprueba ahora, con cierta dosis de estupefacción, cómo Zidane regatea las balas en sala de prensa.
Ni quiere fichajes ni encuentra explicación a lo que ocurre. Todo está bien, según el francés, y sólo algunos detalles son los culpables de la delicada situación. Con LaLiga perdida, el PSG puede poner punto y final a muchas cosas.
No sólo a la Champions esta temporada, también a la carrera de Zidane en el Madrid. De momento aguanta, apoyado por los trofeos de la vitrina, pero su crédito, como le ocurre a todo el mundo, también se puede acabar.