Si el Madrid jugara al ajedrez, jamás tendría como profesor a un métodico ruso. Estaría en Central Park, entre mendigos y extranjeros que proponen partidas rápidas, arriesgadas, de impulsos. Nada de detener el tiempo e introspección, le gusta jugar arremangado y descarado. Si enamora o si decepciona, que sea a lo grande. Como al otro lado del tablero se sentó el Betis, un equipo que vive en un lugar imprevisible entre la valentía y la temeridad, el Villamarín se trasladó a Nueva York, con un vibrante gentío entre maleza que disfrutó con dos equipos despedazándose sobre el tablero.
Fue selva, fue manicomio, fue parque de atracciones. El encuentro fue un partidazo más allá de colores y necesidades. Estuvo ganado y perdido por los dos. Venció el Madrid porque suele ser así cuando las únicas reglas de juego son los intercambios de golpes.
Los verdiblancos también saben manejarse en los partidos arrítmicos, pero llevan menos aterrizajes de emergencia a cuestas. Los blancos se gustan en los partidos cardiacos porque su fútbol es volcánico, irrumpe con fuerza y devasta a quien esté por delante. Eso sí, por el camino se quedó uno de los mejores soldados, Marcelo, a quien un pinchazo lo sacó del escenario.
Y aunque era de esperar un encuentro así, al Real Madrid no hay manera de etiquetarlo. Seguramente esa sea su definición. Cada partido es una noria, una ruleta rusa, un cabreo que muta en festival, un globo que se termina pinchando. Ser del Real Madrid se ha convertido en aceptar que el partido no es una moneda al aire, sino todas esas cosas que te pueden pasar por la cabeza mientras sale cara o cruz.
El Betis es buen alumno de esa filosofía, pero con menos metralla y escudos más frágiles. Es el libreto de Quique Setién, ninguna sorpresa. Un partido de ocho goles es un escenario que sus aficionados han visto esta temporada. Cuando la clasificación ha quemado, el nivel de tolerancia era distinto. La misma filosofía se ha visto como osadía o como suicidio. Ahora que Europa queda más cerquita, el aficionado está siendo más benevolente. Hoy no había hueco para la crítica.
El Madrid, en cambio, volvió a viajar a ninguna parte para terminar llegando de nuevo al tesoro. En esencia, sus partidos son todos iguales y diferentes a la vez. Su doctrina de la demencia suele enfadar a sus aficionados. Ahora que la resaca de la Champions es dulce, su aficionado también es benevolente.
Primeros impactos
La primera curva de la montaña rusa la cabalgó Asensio. El balear fichó en la oficina de los oportunistas con una firma diferente a la habitual: ni pase medido ni misil lejano; esta vez con un cabezazo llegando desde atrás. La sorpresa como arma para hacer el 0-1.
Pero así como siempre hay que esperar el mejor Madrid cuando está por debajo, sus desconexiones en ventaja son el reverso de la moneda. El Betis, al que Setién le ha reseteado los miedos y que sale a jugar semidesnudo, gritó a lo Tarzán y empezó a descargar flechas ante Keylor Navas.
Las primeras se fueron pero no cayeron como balas gastadas, sino como preámbulo de la remontada. En cuatro minutos, Mandi de cabeza y y Júnior en fugaz contra, revolcaron el decorado. Y recordaron que Joaquín es el Benjamin Button del fútbol: cuanto mayor se hace, más ganas de divertirse tiene. Dos asistencias exprés para coger el cetro del encuentro.
Rugió el Villamarín al descanso, pero en boxes se enfriaron los béticos y se enfurecieron los blancos. La siguiente ración de espasmos la sirvieron los de Zidane en otro clásico de los días nublados: cabezazo de Sergio Ramos en saque de esquina.
El 2-2 se convirtió en una cuerda con dos funambulistas dispuestos a corretear sobre ella. El más rápido, y potente, fue Carvajal. En una de esas cabalgadas en las que se convierte en rinoceronte fue tirando barras verdes y blancas al suelo hasta que apareció Asensio por el retrovisor. El balear definió su doblete vestido de chaqueta, cómo no.
Más diversión
El Betis es bravo, pero sangraba demasiado. Ese perfume es almizcle para Cristiano Ronaldo, al que no le gusta irse de las fiestas sin romper piñatas. Casemiro, improvisado asistente, le abrió un camino; el resto lo puso él: recorte y latigazo. Y partido sentenciado, entre comillas.
Pero esa palabra está prohibida con el Betis por delante. Sergio León se encargó de recordarlo recién entrado para dar un final a lo Hitchcock. Quien haya visto a Betis y Madrid tenía claro que iba a caer otro gol. Un 4-4 o un 3-5 debían poner el broche final a una noche apoteósica. Benzema escribió la última página del partido, quién sabe si la primera de su resurrección.