Otrora un campeonato vibrante, hoy en día hablar de la Superliga Griega es hablar del Olympiakos y de enfrentamientos violentos, de cargas policiales, de suspensión de partidos. Hasta de presidentes que bajan armados con un revolver al cinturón a protestar una decisión arbitral.
Grecia se ha convertido desde las Olimpiadas de Atenas en una especie de 'far west'. La convulsa situación política, que muchos sienten dictada por Europa sin posibilidad de enmienda, ha llevado a que el fútbol se convierta en la vía de escape para la presión social.
El fútbol en Grecia comenzó a organizarse más o menos al mismo tiempo que en el resto del continente, en los albores del Siglo XX, y maduró en la década de los 30, para renacer una vez terminada la Segunda Guerra Mundial.
Aquella Alpha Ethniki es lo que hoy se conoce como Superliga Griega. Era cosa de dos. Panathinaikos y Olympiakos competían por ser el club más laureado, con esporádicas apariciones del AEK o del PAOK.
En los 90 comenzó el dominio aplastante del Olympiakos, y la liga se polarizó. Por un lado estaba el club de El Pireo, y por el otro los demás. Desde 1996, sólo en dos ocasiones se le escapó el título al Olympiakos, ambas recayendo sobre el Panathinaikos.
Este curso parecía que sería la tercera, y que AEK o PAOK lo ganarían tras 24 y 33 años de sequía, respectivamente. Pero los incidentes en aquel duelo por la Liga en La Tumba de Salónica han vuelto a paralizar el campeonato.
No es la primera vez que la Liga Griega se para en los últimos tiempos. Siempre por disturbios. Y cuando no es por un ataque a la Federación, es por un escándalo de amaños sistemáticos desde, por lo menos, 2011.
En lo deportivo, el fútbol griego ha demostrado no ser capaz ni de saber contrarrestar la hegemonía del Olympiakos, ni de ser capaz de lidiar con la oportunidad de romper por primera vez en ocho temporadas la racha de los de El Pireo.
El monopolio del Olympiakos ha traído consigo un efecto secundario muy nocivo: la decadencia en Europa. Ningún club griego alcanza los cuartos de final de la Champions desde que lo hiciera el Panathinaikos en 2002. Desde 2003 ninguno llega a cuartos de la Europa League. Y fue precisamente el Panathinaikos.
Cierto es que tampoco es que hayan sido el paradigma del éxito antes (sólo el Panathinaikos ha alcanzado una final de la Copa de Europa, y es el único que ha llegado a semifinales, en dos ocasiones), pero ya son 16 años de sequía.
La competición en la que los griegos dieron más guerra fue en la extinta Recopa de Europa, cuyos cuartos de final los alcanzaron en seis ocasiones cinco clubes distintos.
En lo extradeportivo, el fútbol griego no ha sabido canalizar la violencia latente en sus aficionados. Los disturbios en la calle por los recortes sociales han tenido su reflejo en un incremento de la violencia dentro de los estadios. El fútbol, una vez usado como excusa para dejar salir la frustración por medio de la violencia.
La fama de temibles de los estadios griegos (un denominador común que se extiende de los Balcanes a Turquía) ha alcanzado otro nivel. Uno peligroso y difícil de admirar. Y que está matando poco a poco el deporte rey en ese país.